La reina Isabel, más sonriente que nunca tras la resolución del Megxit.
Esta reina Isabel puede con todo. Después del comunicado de ayer en el que daba por terminado el acuerdo oficial con los duques de Sussex y su polémico Megxit, que esta semana hizo correr ríos de tinta, reapareció hoy domingo en su misa de Sandringham con una sonrisa pintada en la cara que hace tiempo no habíamos visto en ella.
“Henry, Meghan y Archi siempre serán miembros muy queridos de mi familia”, aseguraba la monarca en su comunicado del día anterior, donde también se mostró muy comprensiva con Meghan Markle y el príncipe Harry, reconociendo el acoso mediático al que habían sido sometidos. Además de agradecerles hasta el momento su labor en pro de la corona, confesó sentirse “particularmente orgullosa de lo rápido que Meghan se convirtió en uno más de la familia”.
Hoy la soberana apareció con un look algo diferente a lo que nos tiene acostumbrados: un abrigo largo de pata de gallo gris y blanco, con un sombrero muy floreado en su parte delantera.
La figura de Isabel II es sin duda la más estoica de la realeza, ya que por definición la estoicidad es la cualidad que define a una persona fuerte, serena y animosa ante las desgracias así como tolerante, resignada y conforme con las circunstancias. Después de culminar ayer la batalla de dar fin en menos de una semana al escape que emprendieron los duques de Sussex, hoy libró otra sin hacer aspaviento alguno: reaparecer junto al príncipe Andrés, con quien no se le veía desde el mes de noviembre.
Quizá sea este el modo en el que esta inteligente mujer pasa página con naturalidad al escándalo en el que su hijo favorito se vio envuelto a finales del año pasado, a raíz del tétrico caso Epstein. Aprovechando que Meghan y Harry acaparan todos los titulares, después de arreglar la vida de su nieto pelirrojo ahora se dispone a dar la mano al príncipe Andrés para que quede claro que pese a ser la reina Isabell II de Inglaterra, no olvida que además de abuela, es mamá también.
Esta icónica mujer es verdaderamente una dama, cuya categoría queda explícita por la manera en que torea los graves quebraderos de cabeza que sus descendientes se empeñan en darle año tras año. Una figura única e incombustible a sus 93 años de edad. ¿Qué sería de la monarquía inglesa sin ella? Como dicen los británicos, ¡Dios salve a la reina!