Tras el paso del huracán Katrina, miles de latinos llegaron a esta devastada ciudad para recoger sus pedazos y reconstruirla. Dos años después, sus recién nacidos y los que vienen en camino la están cambiando profundamente
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"Nos vinimos buscando algo mejor para uno, para los hijos", dice Jerryn Savillón. Aquí, su hija Marbella, a los 46 días de nacida.
Credit: JENSEN LARSON

Destrucción por doquier. Inundaciones en un 80 por ciento de la ciudad. Unos 1,400 muertos. Más de 200,000 personas evacuadas. Unas 353,000 casas destruidas y abandonadas. Ese fue el dantesco cuadro que encontraron miles de inmigrantes latinoamericanos cuando entraron a Nueva Orleans después del paso del huracán Katrina, en agosto del 2005, para trabajar en la reconstrucción de la ciudad. Dos años después, más de 100,000 hondureños, mexicanos, salvadoreños y guatemaltecos, entre otros, no sólo han levantado las ruinas, sino que han cambiado la cara de la ciudad, con el nacimiento de cientos de bebés y otros tantos que están por llegar. En las próximas líneas encontrarás las historias de tres familias que han hecho de la cuna del jazz su nuevo hogar.

OPORTUNIDAD EN LA DESTRUCCIÓN

Cuando Jerryn Savillón y María Cristina Madrid llegaron a Nueva Orleans después del paso de Katrina, la pareja vio la oportunidad en medio de la destrucción. Cada techo agujereado, cada edificio con tres pies de agua estancada, cada montaña de escombros y calle cubierta de árboles caídos necesitaba de sus manos. “Nos vinimos a aventurar, no teníamos ni adónde llegar aquí”, dice Savillón, hondureño de 38 años, quien residía en Dallas y durante sus primeros meses en Nueva Orleans durmió con Madrid en un carro y luego en el piso de un apartamento sin luz que compartían con otros 15 hombres que también trabajaban en la reconstrucción. “Nos quedamos porque aquí hay trabajo”.

No en vano líderes comunitarios calculan que entre 120,000 y 150,000 latinos como Savillón y Madrid están viviendo y trabajando en el área metropolitana de Nueva Orleans, comparado con los alrededor de 60,000 antes de Katrina. Una de las nuevas adiciones es la hija de ambos, Marbella Savillón-Madrid, quien a sus 46 días de nacida ya hacía pucheritos en el jardín frente a su casa en Metairie, LA, mientras sus padres la contemplaban.

Por ella y por el futuro de sus otros dos hijos en Honduras–Evelyn Madrid, de 10 años, y Joan Madrid, de 9–es que su madre está apoyando la decisión de Savillón de seguir adelante en Nueva Orleans, a veces en duras condiciones. “Ha habido personas que nos han maltratado”, dice Madrid, ama de casa de 30 años. Savillón, quien se dedicaba a la soldadura en Dallas, agrega: “Varias veces trabajamos botando basura y no nos pagaron. Nos contrataban y cuando hacíamos el trabajo decían que no, que más tarde, y después nos daban cheques sin fondos”.

Pero también ha habido quien les ha brindado una mano, ya sea enseñándoles inglés en clases semanales o ayudándolos a conseguir un apartamento que está lleno de herramientas listas para la faena. “Nos vamos a quedar aquí”, dice Savillón. “Porque irnos a otro lado es comenzar de nuevo”.

CON EL SUEÑO AMERICANO EN LA MIRA

Los mexicanos María y Abraham Rivas no titubearon en brindar refugio a unos amigos que evacuaron de Nueva Orleans debido a Katrina y tocaron a su puerta en Houston. “Cuando llegaron, nos dimos cuenta de que traían dinero, pero bastante”, dice Abraham, de 36 años, de sus huéspedes que trabajaban en la construcción. “Eso fue lo que nos animó a venirnos a Nueva Orleans cuando ellos regresaron después del huracán”.

Para ellos, la decisión fue acertada. Desde el día que llegó, el 1ro de julio del 2006, Abraham no ha dejado de trabajar como contratista un solo día, salvo los domingos. El fruto: en una cuadra del suburbio de Gretna, LA, donde ondea más de una bandera estadounidense, los Rivas y sus hijos Daniel, de 11 años, Karen, de 9, y Esmeralda, de 7, comparten una amplia casa de dos habitaciones llena de juguetes y fotos familiares. Desde su llegada, los ingresos familiares se han duplicado, comparados con los de Texas, asegura Abraham. “Me gusta más vivir acá porque es calmado y podemos jugar en el parque e ir a la tienda”, afirma su hija, la perspicaz y alegre Karen, quien dice querer ser una agente del FBI cuando sea grande. “Todo lo que queremos está aquí”.

Eso incluye contar con cuidado prenatal gratuito a través del Apostolado Hispano de Caridades Católicas, el St. Charles Community Health Center, la Iglesia Luterana Monte de los Olivos, y una clínica móvil operada por Daughters of Charity/March of Dimes en la vecina ciudad de Metairie, LA, para la bebé que está supuesta a nacer el 29 de agosto –el segundo aniversario de Katrina. “Antes de Katrina dicen que no había nada de esto”, cuenta el ama de casa de 29 años, quien al igual que su esposo no se arrepiente de haber comenzado una nueva vida en una ciudad que aún lucha por recuperarse. “A mí me encanta. Ha habido mucha ayuda”.

Y para Abraham, mucha chamba. “Dondequiera que hemos andado trabajando, los patrones americanos están bien contentos con nosotros”, asegura Abraham, quien supervisa a un grupo de 5 a 6 trabajadores. “Quiere decir que gracias a nosotros los hispanos, Nueva Orleans se está levantando”.

Para seguir el ritmo, tanto María como Abraham ya están animando a amistades que dejaron en Texas. “Cuando vean lo que hay acá, pues tomarán su decisión”, dice María. “Nosotros nos quedamos”. Concuerda su marido: “Mientras no pase otro huracán por aquí, nos quedamos”.

ADIÓS AL PASADO

Feliz de estar en casa con su hijo John Steven, nacido el pasado 2 de julio en el hospital Tulane-Lakeside de Metairie, Alma Garay lo arrulla en sus brazos. Sin embargo, esta experiencia le trae recuerdos agridulces a esta madre de 31 años, quien no ve a sus otros tres hijos, que están en Honduras, desde que emigró a Estados Unidos hace unos tres años. “Los extraño mucho y despedirme de ellos fue muy duro, pero les dije que mamá se tenía que ir a trabajar lejos para mandarles dinero”, recuerda.

Una decisión difícil. Ahora César, de 11 años, Alma, de 9, y Alejandra, de 3, viven con los padres de Garay en una ciudad llamada, irónicamente, El Progreso, en Honduras. Allí, con su salario como costurera en una fábrica, Garay tenía que mantener a sus tres hijos y ayudar a sus padres y hermanos menores. “Era una carga muy pesada”, admite. “Mi padre estaba incapacitado y mi madre lavaba y planchaba, pero con lo que ganaba no alcanzaba”.

Aunque le duele no verlos, Garay no expondría a sus hijos a los peligros de emigrar a suelo americano guiados por un “coyote”, como lo hacen muchos de sus compatriotas.

Al dejar Honduras, Garay huía del maltrato de su ex pareja, un drogadicto que solía golpearla. “Me decía que me quería y que yo era la mujer de su vida, pero la última vez me dejó llena de moretones y ensangrentada”, confiesa. “También le pegó a mi hijo César y ya no pude más”. Afortunadamente, su actual compañero, Casildo Olnés, de 22 años, quien trabaja en construcción, es tierno y solidario. “Gracias a Dios es una maravilla de hombre”, dice Garay. Lo conoció en Luisiana, donde ella demolía viviendas en ruinas. Acostumbrados al “trabajo pesado”, ambos llegaron de Honduras –por vías diferentes– inicialmente a Miami, pero no encontraron trabajos duraderos en la Ciudad del Sol. Aunque ella vivió allí alrededor de un año y él, tres, sus senderos no se cruzaron hasta llegar a Nueva Orleans, donde han plantado bandera.

En su hogar de Luisiana, la madre mima a su recién nacido, enterrando los fantasmas del pasado, y no pierde la esperanza de reunir a sus hijos. Contemplando a John Steven, confiesa: “Algún día conocerán a su nuevo hermanito”.

TESTIDO DE LA DESTRUCCIÓN

La noche antes de que el huracán Katrina impactara la zona de Nueva Orleans, Juan Carlos Méndez y dos amigos manejaron bajo fuertes lluvias y vientos desde Houston hasta Pensacola, FL, para llegar a tiempo a sus trabajos de construcción en esa ciudad floridana que había sido embestida siete semanas antes por el huracán Dennis. Una vez allí, el grupo oyó sobre la devastación causada por Katrina. No dudaron en regresar. “Sólo oíamos ambulancias y bomberos que iban a Nueva Orleans”, dice Méndez. “Supimos que había trabajo”.

Cuando finalmente arribó a Nueva Orleans en octubre del 2005, lo que encontró fue aterrador. “Vi toda la destrucción de la [carretera] 10”, recuerda el mexicano de 32 años sacudiendo la cabeza. “Los carros volteados, lanchas arriba de las casas. Nunca había visto un desastre así, nunca lo había pasado en carne propia”.

Si bien aún hoy existen áreas en el este de la ciudad que parecen pueblos fantasmas –millas y millas de casas en pie, pero deshabitadas, sin ventanas o puertas– Méndez se enorgullece del trabajo que ha hecho reconstruyendo otros sectores que ya han regresado a la vida. Igualmente, se enorgullece de la mejor situación económica que en dos cortos años ha logrado para su familia. “Antes estaba trabajando nomás para pagar mi alquiler, mis biles [cuentas]”, dice Méndez. “En Houston viví cinco años y en esos cinco no logré lo que he logrado aquí en dos, en dinero, en vivienda, en todo”.

Tan bien le ha ido a Méndez que en agosto del 2006 fue a Houston a buscar a su esposa, María Elena Piña, ama de casa de 33 años; su hija Karla, de 4; y su hijo Luis David, de 3. La familia vive sencilla, pero cómodamente en un apartamento en el área de Kenner, un suburbio de Nueva Orleans donde son los únicos latinos del barrio. Allí, Piña espera el tercer hijo de la pareja y Méndez planea pasar los próximos ocho años trabajando en la reconstrucción.

El caso de Méndez es el perfecto ejemplo de cómo la cara de la ciudad ha cambiado desde Katrina, asegura Martín Gutiérrez, director ejecutivo del Apostolado Hispano de la Arquidiócesis de Nueva Orleans. “Ha habido un intercambio”, dice Gutiérrez. “Los afroamericanos se fueron a Houston y los latinos se vinieron a Nueva Orleans”. Ya aquí, están alquilando apartamentos, abriendo negocios latinos. “Los niños que van a crecer aquí van a tener la oportunidad de integrarse más”, dice Gutiérrez. Cuando los suyos estén ya grandes, Piña quiere regresar a México, dice. Pero por ahora sabe dónde debe permanecer: “Aquí pueden tener una mejor educación”. Agrega Méndez: “Yo le doy gracias a Dios. Esta estabilidad era lo que estaba buscando y es lo que encontramos aquí para toda mi familia”.

NUEVOS COMIENZOS

Al llegar con contracciones al Centro Médico de la Universidad Estatal de Luisiana (LSU, por sus siglas en inglés) en Nueva Orleans, a principios de julio, la hondureña Keily Estrada, de 18 años, se mostró preocupada porque su bebé ya tenía 41 semanas de gestación, según sus cálculos, y temía que su nacimiento se hubiera atrasado. Tras realizarle un ultrasonido, el doctor Diego López le dijo que sólo tenía 38 semanas y podía volver a casa. “Recién vengo al hospital hoy porque pensé que ya era hora”, confiesa Estrada, quien llamará Belén a su hija y quien es una de decenas de embarazadas hispanas recién emigradas a Nueva Orleans que no han recibido cuidado prenatal por falta de seguro médico.

Por ahora, a Estrada, que no cuenta con la ayuda del padre de su bebé, un hondureño con quien no habla “desde hace seis meses”, sólo le queda esperar. Antes de quedar embarazada, ella trabajaba repartiendo volantes. Ahora, junto a su madre, Maribel Ramos, de 34 años, que trabaja limpiando ostras en la bahía, vive en una casa remolque facilitada por la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) en Violet, una de las zonas más afectadas por el huracán Katrina.

Según Ángela Davis-Collins, quien supervisa el Departamento de Partos y la Unidad de Alto Riesgo del Centro Médico de la LSU, un tercio de las hispanas que dan a luz allí –un total de 72 desde su apertura en febrero– son madres solteras “con mucho apoyo de hermanas, tías, madres o abuelas”. El Departamento de Salud y Hospitales de Luisiana (DHH, por sus siglas en inglés) informó que en su unidad de salud en Metairie, el porcentaje de visitas de hispanas embarazadas incrementó del 30 por ciento del total de pacientes en el 2005, al 55 por ciento en el 2006. En lo que va de este año, esa cifra ha aumentado al 65 por ciento.

Estrada es una de ellas. La joven permanecerá en su hogar, cuidando a Belén y a sus medio hermanas Lily Samantha, de 5 años, y Abigail Patricia, de 6, a quienes conoció por primera vez al reencontrarse con su madre en Nueva Orleans en el 2004, después de unos quince años sin verse. “Me da ilusión [ser mamá]”, asegura, “y luchar por darle a mi hija lo mejor”.

EXPLOSIÓN HISPANA

Según las cifras del censo de Estados Unidos del 2005, antes de la tormenta había 50,099 hispanos en Orleans y Jefferson Parish (Nueva Orleans).

Martín Gutiérrez, director ejecutivo del Apostolado Hispano de la Arquidiócesis de Nueva Orleans, calcula que el número de hispanos viviendo en esta área es de entre 120,000 y 150,000 actualmente.

Antes del huracán Katrina, el Apostolado Hispano asistía a unos 5,000 latinos al año. Actualmente ayuda a alrededor de 20,000 anualmente, estima Gutiérrez.

El Departamento de Salud y Hospitales de Luisiana (DHH) informó que en su unidad de salud en Metairie, el porcentaje de visitas de hispanas embarazadas aumentó del 30% en el 2005 al 65% en lo que va del año.

Para consejos médicos, cuidados prenatales y servicios de salud, llamar al Latino Health Access Network de las Caridades Católicas, al 1-504-523-3755. www.ccano.org